Por Lemay
Padrón Oliveros
Uno de
los males que afecta al béisbol cubano es la poca duración de los directores de
equipo en esa responsabilidad. Se trata de la persona encargada de realizar toda
la estrategia de un plantel, supuestamente a largo plazo, y si piensa así, los
resultados no es lógico que aparezcan de la noche a la mañana.
Un
manager comprometido con el futuro de una nómina pensará en desarrollar los
talentos jóvenes sin despreciar a los veteranos, y organizará su cuerpo de
lanzadores de la manera más eficiente posible, léase especializando a sus
efectivos.
Pero la
realidad es otra en el béisbol cubano: a los directores se les exigen
resultados en casi todas las provincias, salvo muy contadas excepciones, y en
muchos casos pierden su puesto pese a avanzar incluso a la postemporada.
Sin ir
muy lejos, hace dos años le sucedió al guantanamero Agustín Lescaille pese a
colocar a sus pupilos en los play offs. Allí dirigió bastante
mal, eso es una realidad, pero no puede echar por tierra el trabajo de toda la
campaña.
No me
canso de poner el ejemplo de Roger Machado, el actual campeón de la pelota
cubana. En sus primeras Series, e incluso cuando fue puesto al frente del
equipo Cuba, dejaba mucho que desear, pero ha ido ganando en experiencia y
ahora lo hace mucho mejor. El propio Lázaro Vargas no estuvo a mi juicio muy
acertado en la pasada postemporada, pero no se puede olvidar lo hecho durante
los 90 desafíos previos, con una nómina incapaz de sobrevivir a la primera
vuelta en la campaña previa.
Por eso
insisto, un director técnico debe mantenerse en su puesto al menos tres años,
salvo que sea desastrosa su actuación o su relación con los peloteros o la
afición. Solamente pensando a largo plazo un entrenador puede sacar el máximo a
su nómina, lo otro es obra de la casualidad, porque si existe el peligro de ser
sacado del puesto de mando entonces se hará uso y abuso del mejor pitcher.
A veces
las cosas se hacen técnicamente bien y salen mal, eso también debe valorarse a
la hora de decidir la permanencia o no de alguien al frente de un plantel.
Las
estadísticas están ahí y no mienten. En Grandes Ligas existen 30 equipos y el
promedio de despidos en el alto mando, que eso son en esa pelota, es un promedio
de cinco por temporada, y en Cuba en los últimos ocho años el promedio es seis,
con la mitad de esos conjuntos.
Es
sencillamente inconcebible que un deporte en el cual manda el dinero haya
entendido que nadie es mago para saca conejos de la chistera así como así, y
aquí, donde el objetivo es darle alegría al pueblo, se exija mucho más.
Estamos
claros, las presiones sobre un DT en Cuba no son pocas, y la mayoría no vienen
de gente precisamente vinculada al béisbol, pero la Federación nacional no
puede cruzarse de brazos viendo que el trabajo de un colectivo técnico se va a
bolina en un territorio.
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