El béisbol cubano cerró el 2011 sin haber conquistado ningún título mundial tomando en cuenta todas las categorías, en lo que puede considerarse el peor año para el deporte nacional.
La mejor ubicación fue el segundo puesto en la Copa del Mundo de Panamá, cuando Holanda nos derrotó en el duelo por la medalla de oro en aquella tristemente recordada final donde los bates permanecieron dormidos más de la cuenta y tampoco se encontró la alternativa necesaria desde el puente de mando.
Segundos lugares se archivaron también en el I Campeonato Mundial Infantil y el Mundial 15-16, y solamente se logró el primer puesto en la I Serie del Caribe de esta última categoría, pero como se ve, se trata de un torneo regional.
Si mencionamos las lides del área llega entonces el momento del peor de los desempeños posibles, el de los Juegos Panamericanos Guadalajara-2011, donde no pasamos del tercer puesto.
Con la presencia de pocos equipos y apenas cinco juegos celebrados, Cuba perdió el único título planetario que le quedaba en su poder sumando todas las edades, y hemos llegado el punto de que no somos campeones de nada.
Las razones son múltiples, pero básicamente nacen desde abajo. Por las lógicas dificultades económicas la práctica del béisbol no se hace con todo el rigor en las edades más tempranas, donde los torneos son de corta duración y eso lógicamente complica la labor de selección de talentos, pero en los mayores las cosas tampoco van mucho mejor.
Nuestros peloteros deben enfrentar un torneo de elite para sentir el rigor que ya ven en certámenes internacionales hasta en conjuntos como Alemania y Curazao, a los cuales se les noquearía sin piedad en condiciones normales.
Como en el amor, de nada vale aferrarse a una relación que nada aporta para mantener una determinada comodidad, es preferible sufrir la angustia de la soledad por un tiempo, para luego volver a saborear el cosquilleo de una verdadera pasión.
Como en el amor, de nada vale aferrarse a una relación que nada aporta para mantener una determinada comodidad, es preferible sufrir la angustia de la soledad por un tiempo, para luego volver a saborear el cosquilleo de una verdadera pasión.
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