De niña se veía bailando El lago de los Cisnes o Cascanueces, hasta que por cosas del azar un día su hermana matriculó en judo y ella, por seguirle la corriente, hizo su entrada en el mundillo de los judoguis a los 10 años de edad. Lo que no sabía era que aquella casualidad cambiaría su vida para siempre.
La
reciente inclusión de la cubana Driulis González al Salón de la Fama del judo mundial no es
más que el lógico reconocimiento a una deportista que lo ganó todo en su
carrera, incluyendo un oro olímpico con toques de verdadera leyenda.
Las
punzadas en la cervical eran auténticos pinchazos, pero Driulis se rehusaba a
dejar de competir en los Juegos de Atlanta-1996. Ningún médico pudo convencerla
de abandonar la competencia y ella, que andaba con una minerva porque no podía
ni mirar para los lados, salía al tatami como si no tuviera nada, a riesgo
hasta de dejar de caminar si ocurría algo grave en algún combate, porque en
definitiva lo suyo no era el ajedrez, sino una disciplina con constantes
proyecciones, y las rivales sabían de sus limitaciones.
Varios
años más siguió regando su leyenda por todo el planeta, incluso después de
alcanzar su medalla más preciada, su hijo Peter, tras cuyo nacimiento a inicios
de siglo debió redoblar esfuerzos para mantenerse en la elite mundial, e
incluso incursionar en una nueva categoría.
Cuando
dijo adiós tenía en su foja el cetro de Atlanta, la plata de Sydney-2000
(perdida de manera bien estrecha) y los bronces de Barcelona-1992 y
Atenas-2004. Además archivaba los oros mundiales de Chiba-1995, Birmingham-1999
y Río de Janeiro-2007, los panamericanos de Mar del Plata-1995, Winnipeg-1999, Santo
Domingo-2003 y Río de Janeiro-2007, cuatro más en Universiadas mundiales y tres
en Juegos Centroamericanos, sin contabilizar platas y bronces. Tres veces mejor
atleta de Cuba, la guantanamera recibió además en varias ocasiones el reconocimiento como judoca
más técnica en eventos nacionales e internacionales, algunos de ellos de Clase
A, primero en la división de 56 kilogramos, y luego en 63.
Los
méritos son más que suficientes como para convertirse en la primera judoca del
continente americano exaltada al Salón, y segunda de Cuba, después de la
nominación de Héctor Rodríguez hace un par de años.
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