Por Lemay Padrón Oliveros
Un búlgaro, un botswanés y un cubano vivimos el 19 de agosto
de 2008 una experiencia única en el marco de los Juegos Olímpicos de Beijing.
A Ogi, el de
Bulgaria, lo conocía virtualmente desde hace más de cuatro años, pero a John,
el de Bostwana, lo encontré casualmente en esa misma jornada.
El europeo es un
viejo colega seguidor del boxeo y la lucha, y el africano, de apenas 19 años,
un nadador que compitió en los 50 metros del estilo libre.
Como en este tipo
de lides, la amistad y la confraternidad afloran rápidamente, sólo median las
buenas intenciones y el deseo de abrirse al mundo, y eso sobraba entre los
tres.
Anécdotas,
curiosidades de cada una de nuestras diferentes culturas y hasta un álbum
musical propuesto a cada instante por Ogi, fueron estrechando nuestros lazos al
punto que decidimos terminar la noche con una vivencia espectacular.
Se trataba de una
visita a la emblemática plaza de Tiananmen, pero no para admirar su majestuosa
dimensión, sino para ser testigos del izamiento de la bandera frente a la
imagen del creador de la gran nación china, Mao Zedong.
Para nosotros,
procedentes de otras culturas, el simple hecho de hacer ondear la enseña patria
no representaba gran cosa, pero Jinshang, nuestro amigo voluntario, nos mostró
lo mucho que significa para los chinos esa ceremonia.
Para atestiguar eso
estaban también los cientos de sus compatriotas que se reunieron allí desde las
cinco de la mañana para presenciar la popular tradición, pues no tiene hora
fija y depende de cuándo se levante el sol.
Mujeres, niños y
ancianos colmaban los alrededores de la plaza desde las cuatro en espera del
momento justo, cuando las luces artificiales de Tiananmen se toman un descanso
hasta la siguiente noche.
Apenas se dejan ver
los primeros rayos del sol comienza el ceremonial, que sucede diariamente en
cualquier momento entre las cuatro y las seis y media de la mañana, los
horarios más probables para la irrupción del Astro Rey.
Los días 1, 11, 21
y 31 de cada mes el himno nacional es tocado en vivo por una banda nacional, y
a su ritmo soldados escogidos por su porte y altura marchan a 108 pasos por
minuto, con un cronometraje perfecto.
Llega el momento
indicado y la enseña roja de las estrellas doradas, que estuvo a media hasta el
pasado mes durante tres días en honor a las víctimas del terremoto de Sichuan,
hace un precioso contraste con el brillante sol mañanero.
Según estadísticas
oficiales, desde que se utiliza este sistema de homenaje el 1 de mayo de 1991,
alrededor de 110 millones de personas lo han presenciado.
Muchos de los
presentes proceden del interior del país y vienen por primera vez, pero otros,
como el abuelo Yu Li, no se cansan de mostrar su devoción una y otra vez.
He perdido la
cuenta de las veces que he venido, pero siempre me emociono cuando siento el
himno nacional y es mi manera de rendir tributo a Mao aquí donde también
reposan sus restos, nos dijo.
Sentimos una gran
admiración por nuestro país y de esta manera contribuimos a su prosperidad,
alzando nuestras cabezas como se alza nuestra nación, agregó mientras la
multitud estallaba en aplausos con el fin del festejo.
Con tal
aseveración, desde Bulgaria, Botswana y Cuba cambió la perspectiva con respecto
a lo presenciado y nos fuimos satisfechos por haber experimentado una tradición
muy peculiar… mientras nuestros colegas dormían.
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