Este
lunes la noticia recorrió algunos sitios digitales y redes sociales: el
voleibolista cubano Javier Jiménez había sido fichado por el club griego PAOK.
Era toda
una bomba periodística, porque se trataba del primer jugador cubano que tras
las nuevas medidas de contrataciones en el exterior se iba a Europa, solo.
Esperanzado
en poder dar la buena nueva a nivel doméstico con nuevos detalles llamé
rápidamente a la Federación
cubana de la disciplina, y cual no sería mi sorpresa al constatar que seguimos
con los misterios de siempre: nadie podía ni siquiera confirmar la noticia
porque el único con potestad para ello, el presidente de la Federación, Ariel
Saínz, se encuentra en México para una reunión de la Organización Norte,
Centroamericana y del Caribe (Norceca), y no regresaba hasta el lunes
siguiente. De más está decir que hablar de esto el lunes siguiente, como no sea
para aportar contundentes elementos nuevos, sirve de poco.
El fondo
de este comentario es que no acabamos de comprender que la transparencia es el
mejor camino para llegar a la afición, y no me refiero a lo sucedido el lunes
solamente. Todo el proceso para llegar a la firma y posterior partida del
jugador se hizo desde meses atrás, ¿por qué no informarlo debidamente?
No me
refiero a comentarlo a modo de susurro al oído de algún periodista, sino de
darlo a conocer oficialmente, para evitar los comentarios que inevitablemente
han salido después: que si por qué Jiménez nada más, que si por qué no se dijo
antes, que cuánto representaría su contratación económicamente para él y para la Federación cubana, en
fin, muchísimas interrogantes.
Yo me
pregunto, ¿qué le hace más daño al deporte cubano, no informar cuando se toman
decisiones valientes y por tanto tiempo esperadas y seguir exponiéndose a que
cataloguen a los dirigentes como cerrados (en el mejor de los casos), o dar la
nota y tranquilizar a aficionados y hasta deportistas, que se verían
esperanzados de verse un día en idéntica situación a Jiménez?
Las
negociaciones existen, interés del extranjero no falta, pero aquí tal parece
que nada se mueve, porque no se informa. El sueño lógico de cada niño que hoy
patea un balón, lanza al aro o esgrime una raqueta de tenis, es jugar contra
los mejores del mundo y llegar algún día a liderar su disciplina. Difundir lo
bueno que se hace solo puede reforzar su quimera, silenciarlo puede provocar
que dé la espalda al deporte y se convierta en otro talento perdido en la
desilusión.
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