Por Lemay Padrón Oliveros
Con muchos deseos, garra y aquello impublicable que pudiéramos reseñar casi eufemísticamente como agallas, el plantel rojiblanco no mira desde abajo a ningún rival, sin importar su renombre, y se ha convertido en el oponente más incómodo que cualquiera puede desear.
Tachados de pragmáticos a ultranza, lo cual no sé yo bien si es una ofensa o un elogio para un club de sus carencias, los madrileños se volvieron fieras cuando el Chelsea marcó primero en Stamford Bridge, nada menos que gracias a uno de sus hijos mimados, el niño Torres.
Un vendaval fue lo que le cayó al equipo de Mourinho, que de empezar con casi siete defensas luego quería poner siete atacantes: fracaso total desde el punto de vista táctico, porque desarticuló a una plantilla mucho más profunda, que llegaba también más fresca y no tiene necesidad de jugar a la defensiva, menos ante un contrario que no se destaca precisamente por su control del balón.
Pero el gran mérito lo tiene el Atlético, que de la mano de Simeone vive los mejores momentos de su historia, con títulos ya de Liga Europa, Supercopa de Europa, el de la Liga casi amarrado y el de la Champions por disputar ante su vecino Real Madrid, con quien protagonizará la primera final de la historia entre clubes de una misma ciudad.
En los últimos partidos directos, como será el caso de la final, los colchoneros les han ganado dos a los blancos- la final de la pasada Copa del Rey y el de primera vuelta de la Liga- con un empate –el de vuelta de la Liga-, mientras que los merengues los derrotaron en la competición de Su Majestad con par de triunfos, en una eliminatoria a 180 minutos.
Así de niveladas se ven las cosas, pero de cualquier manera en Lisboa se hablará español el 24 de mayo, unos a por la Décima, y otros por su primera, y de verdad, no sabría decir cuál de los dos tiene más ilusión.
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