Por
Lemay Padrón Oliveros
Ni Passione, ni Niña Moza, ni producto audiovisual alguno levantó más rating
en la afición beisbolera este verano que la supuesta llegada de
Yuliesky Gourriel a Industriales para la venidera Serie Nacional.
Su padre Lourdes tenía problemas de salud y requería tratamiento en
hospitales de La Habana; ese fue el detonante para el inicio de los
rumores, y luego para la realización de gestiones reales para el
traslado del pelotero más mediático hasta la capital, donde juega el
equipo más mediático.
Por motivos de fuerza mayor quizás se hubiera autorizado este
traslado (recuerden que ningún pelotero puede trasladarse a otra
provincia sin la autorización de su territorio, y en caso de negarse a
jugar, debe estar dos años sin acción), por causas más humanas que
deportivas, y también porque no se trataba de un pelotero cualquiera.
En definitiva, no se dio. Según algunas fuentes, el motivo fundamental para el traslado ya no existe porque Lourdes ya
está recuperado y se iba a Nicaragua a entrenar a un conjunto de esa
Liga. Posteriormente el expelotero espirituano desmintió esas informaciones, pero ya el más célebre de sus vástagos entrena con la preselección de su territorio.
Dejando de lado ya lo que pudo ser y no fue, vale la pena ir un poco
más allá para sacar alguna experiencia de esta situación. De entrada, ni
Industriales necesita de Yuliesky para seguir siendo el eterno
candidato al trono, ni Yuliesky a Industriales para continuar como uno
de los jugadores más completos de la pelota cubana.
Por ahí pudiera pensarse que nadie salió perdiendo, pero queda el
debate sobre los traslados de territorio. ¿Por qué retener a una persona
en un lugar donde no desea estar? Pinar del Río dio un buen ejemplo a
inicios de este siglo cuando autorizó los traslados de varios efectivos
hacia la Isla de la Juventud y Las Tunas, pero no es la generalidad.
Si un jugador está condenado irremediablemente al banquillo en su
terruño, y pudiera ser regular en otro, ¿por qué no dejarlo partir? Todo
el mundo quisiera tener una nómina profunda, con recambios de lujo en
todas las posiciones, pero se debe pensar un poco más allá, en eso que
llamamos Pelota cubana, y a esa le importa poco el lugar donde se
desempeñe un pelotero, siempre que esté listo para cuando se le solicite
vestir el uniforme de las cuatro letras.
En este sentido, se pudiera aprobar una especie de «cesiones» de un
territorio a otro, por un tiempo definido, y con el lugar de origen en
condiciones de repatriar a su efectivo al cierre de la campaña, si lo
estima conveniente. Todo para que el hombre se desarrolle y no se
estanque y pierda su juventud en el banquillo. Por el bien de la pelota
cubana, creo que vale la pena.
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