Por Lemay Padrón Oliveros
Honestamente, yo no esperaba que Venezuela estuviera en las semifinales de la Copa América de fútbol. Mi corazón lo pedía, pero mi mente se resistía. Enfrente tenía a una de las selecciones más sólidas de Suramérica, bien aceitada luego de varios años de jugar (y ganar) juntos, y con la invaluable experiencia de haber llegado a octavos de final en la Copa del Mundo de Suráfrica-2010.
Sin embargo, dentro de un terreno suceden las cosas que deben suceder, y casi siempre cuando un equipo se entrega al ciento por ciento se lleva la victoria. Ese fue el caso de la Vinotinto, que no creyó en rivales superiores y se ganó justamente su boleto entre los cuatro grandes de la región.
Nada fácil fue la tarea, porque en mi opinión el arbitraje estuvo todo el tiempo en su contra. Primero fue el inexistente offside sobre “Miku” Fedor, luego la doble falta de Gary Medel sobre el “Maestrito” González, la cual merecía la roja directa y no la pálida amarilla, y para rematar una falta por cobrarse al final de la primera mitad que nunca se cobró porque el imparcial decretó el entretiempo.
Pequeños detalles que pudieron haber impedido el completamiento de los cuartos de final más sorprendentes en la historia de las Copas América, en los cuales ganaron todos los equipos considerados más flojos y quedaron fuera a la vez las dos potencias de la región: Argentina y Brasil.
Nada de eso pudo con el empuje venezolano, el cual estuvo a punto de naufragar ante el vendaval chileno de la primera mitad del tiempo complementario, pero la diosa Fortuna, que también juega, tenía decidido que esa sería una noche vinotinto.
Tras encajar el empate fue como si golpearan a una fiera y todo el combinado morocho se lanzó al ataque hasta retomar la ventaja, que pudo ser incluso mayor con algo más de entendimiento en la delantera.
Antes de este duelo decíamos que Venezuela merecía todo el reconocimiento por su buena primera fase, pero la labor dominical dejó chiquito todo lo logrado en las jornadas previas.
El 17 de julio de 2011 quedará sin dudas en la historia del fútbol venezolano, como muestra indeleble de que ya la patria del Libertador Simón Bolívar no es la Cenicienta de Suramérica.
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