De nada menos que de hazaña debemos evaluar lo conseguido por el poco experimentado equipo cubano de voleibol masculino, que acaba de garantizar su presencia en la final de la Liga Mundial.
Antes del pitazo inicial muy pocos apostaban por la presencia de los cubanos en la ronda decisiva, y razón no les faltaba.
Al hecho conocido desde meses atrás de que jugarían todos sus partidos como visitantes por la falta de climatización de la Ciudad Deportiva, se sumó la ausencia de importantes figuras, algunas probablemente desmotivadas por esa misma situación.
Bell brilló como nunca. |
No obstante, nada de esto fue capaz de frenar a nuestros chicos, que estuvieron cerca de siete meses sin enfrentar un partido de nivel internacional, y debieron improvisar prácticamente una alineación titular tras la salida de tres de sus regulares.
La diosa Fortuna parecía oponérseles, pero en definitiva nada los frenó, y buena parte de ese éxito recae en los hombros del veterano Henry Bell, quien luego de años como suplente tuvo su oportunidad y brilló a tal punto que finalizó como el mejor atacador (en porciento de efectividad) y tercer máximo anotador de la Liga.
Junto a Wilfredo León fueron los dos referentes ofensivos del plantel, pero es justo resaltar también la notable mejoría del líbero Keiber Gutiérrez tanto en el recibo como en la defensa, y los desempeños certeros de los centrales Osmany Camejo e Isbel Mesa.
Ni hablar de la labor del técnico Orlando Samuels, impávido como una estatua pese a todos los embates sufridos en la pretemporada y durante la propia Liga, hasta sacar el máximo a cada uno de estos muchachos.
De la final todavía no es momento de hablar, vale la pena festejar en primer lugar esta nueva hazaña del voleibol cubano, predestinado a la inmortalidad por la calidad y entrega de sus practicantes.
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