Por Lemay Padrón Oliveros
La Saeta Rubia, Alfredo Di Stéfano, acaba de realizar su último
vuelo. Partió de Madrid hacia el Olimpo de los Dioses del fútbol,
dejando a su paso una estela de triunfos, títulos, simpatía y goles,
muchos goles.
El
hombre que creó con sus botines la leyenda del Real Madrid casi
invencible de los años 50 y 60, el que cimentó el pedestal de Rey de
Europa, falleció víctima de un infarto, cansado ya de combatir la
arritmia con su corazón de casi 90 años.
Su grandeza fue tal que todos en el Imperio Merengue le perdonaron haber jugado los últimos años de su carrera en el Espanyol, sí, ese mismo de la ciudad prohibida para la Casa Blanca del fútbol. El otro grande del Madridismo, Santiago Bernabéu, le había dicho que ya no estaba para esos trotes, pero Di Stéfano se resistía a colgar los botines y sin pensarlo dos veces se fue con su música a otra parte.
Una música que hizo que por primera vez se hablara de quién era el más grande futbolista del mundo, banquete en el cual entraron luego otros comensales como Pelé, Beckenbauer, Cruyff, Maradona, Ronaldo, Zidane, Messi y no sé cuántos más, según sea el gusto de cada cual.
Pero Don Alfredo fue el primero, el mismo al que le quisieron negar la gloria porque el destino lo privó de disputar un Mundial, pero el fútbol es mucho más que eso. El único que hasta donde sé fue capaz de salvar un gol en su propia portería sobre la línea de meta y anotar de cabeza para los suyos en la continuación de la jugada, recorriendo todo el campo como si fuera el patio de su casa, en aquella época en que no había mucha especialización y todos hacían de todo en una cancha. Por eso un testigo del acontecimiento, dijo una vez: mientras nadie más haga eso, para mí seguirá siendo el mejor de todos.
El paso de los años lo convirtió en una especie de gruñón, un tipo que, sabedor de estar por encima del bien y del mal, decía lo que le venía en gana, sin mirar mucho a quien le sentaba bien o mal. La FIFA debió inventar un Super Balón de Oro para premiarlo, y el Madrid lo puso de presidente honorario, que si bien en teoría es un puesto ornamental, todos dicen que se le consultaba como a un oráculo para hacer cualquier fichaje.
Tipo genial con balón y sin balón, legó a la posteridad varias frases famosas, como aquella que tanto odian los enemigos del Madridismo: “El Madrid fue capaz de ganar con Franco, con Felipe González y con Aznar, y seguirá ganando”, en alusión al eterno debate sobre si su Madrid fue favorecido por la dictadura franquista.
Argentino de nacimiento y español por adopción, la Saeta Rubia marcó y marcará la historia del fútbol mundial, aunque llegue el día en el cual se juegue con un balón 100 veces más ligero que aquellos que él hacía llorar con sus potentes disparos.
Su grandeza fue tal que todos en el Imperio Merengue le perdonaron haber jugado los últimos años de su carrera en el Espanyol, sí, ese mismo de la ciudad prohibida para la Casa Blanca del fútbol. El otro grande del Madridismo, Santiago Bernabéu, le había dicho que ya no estaba para esos trotes, pero Di Stéfano se resistía a colgar los botines y sin pensarlo dos veces se fue con su música a otra parte.
Una música que hizo que por primera vez se hablara de quién era el más grande futbolista del mundo, banquete en el cual entraron luego otros comensales como Pelé, Beckenbauer, Cruyff, Maradona, Ronaldo, Zidane, Messi y no sé cuántos más, según sea el gusto de cada cual.
Pero Don Alfredo fue el primero, el mismo al que le quisieron negar la gloria porque el destino lo privó de disputar un Mundial, pero el fútbol es mucho más que eso. El único que hasta donde sé fue capaz de salvar un gol en su propia portería sobre la línea de meta y anotar de cabeza para los suyos en la continuación de la jugada, recorriendo todo el campo como si fuera el patio de su casa, en aquella época en que no había mucha especialización y todos hacían de todo en una cancha. Por eso un testigo del acontecimiento, dijo una vez: mientras nadie más haga eso, para mí seguirá siendo el mejor de todos.
El paso de los años lo convirtió en una especie de gruñón, un tipo que, sabedor de estar por encima del bien y del mal, decía lo que le venía en gana, sin mirar mucho a quien le sentaba bien o mal. La FIFA debió inventar un Super Balón de Oro para premiarlo, y el Madrid lo puso de presidente honorario, que si bien en teoría es un puesto ornamental, todos dicen que se le consultaba como a un oráculo para hacer cualquier fichaje.
Tipo genial con balón y sin balón, legó a la posteridad varias frases famosas, como aquella que tanto odian los enemigos del Madridismo: “El Madrid fue capaz de ganar con Franco, con Felipe González y con Aznar, y seguirá ganando”, en alusión al eterno debate sobre si su Madrid fue favorecido por la dictadura franquista.
Argentino de nacimiento y español por adopción, la Saeta Rubia marcó y marcará la historia del fútbol mundial, aunque llegue el día en el cual se juegue con un balón 100 veces más ligero que aquellos que él hacía llorar con sus potentes disparos.
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