Por Lemay Padrón Oliveros
El Mariscal Erwin Rommel debe haberse removido
en su tumba este lunes cuando los tanques de sus Afrika Korps casi
son torpedeados por los Zorros del Desierto
argelinos en una desigual batalla desde casi todos los puntos de vista.
El asedio de la armada teutona
fue constante, pero, cual guerra de guerrillas, de vez en cuando Argelia
lanzaba balonazos buscando, y alcanzado, las espaldas de los muy altos pero
lentos zagueros alemanes, y salvaba la retaguardia Manuel Neuer, reconvertido
en último hombre y remache para apuntalar cualquier brecha saliendo a jugar con
los pies.
Como era de esperar, el mayor
dominio fue de quienes poseían mayor poder de fuego, pero las escaramuzas a
veces deciden las grandes batallas, y con una mayor puntería de sus
francotiradores, el ejército verde pudo haber salido airoso.
En las postrimerías el físico le
jugó una mala pasada a las huestes africanas, que en esta reedición de la
II Guerra Mundial cambió la arena por el
pasto, y la permuta no les salió buena.
Motivación les sobraba a los
norafricanos, por haber hecho historia ya y porque tenían una espina clavada
desde hace más de tres décadas, cuando Alemania les vetó el paso a los octavos
de final con un oprobioso acuerdo con Austria que puso punto final a los
arreglos de partidos en las últimas fechas de grupo, porque de ahí en adelante
se disputaron siempre a la misma hora, en todo tipo de competencias con este
formato.
Lavar esa afrenta era el tatuaje
que lucían en su frente los argelinos, guiados por un Feghouli al
cual no le importó para nada salir al campo vendado por una herida sufrida en
una batalla anterior.
Espoleados por todo lo que les
ofrecía la historia, esta vez los africanos no necesitaron un Montgomery
traído del norte industrial para sembrar la desconfianza en sus rivales, aunque
no hayan completado la tarea.
De cualquier manera, el Porto
Alegre de 2014 no fue como el África de 1941 para los tanques alemanes.
Volvieron a ganar la batalla, pero sufrieron en demasía, y dejaron demasiadas
dudas de cara a su próximo escollo, la más convincente Francia. A lo mejor los
galos tienen que agradecerle a su excolonia el desgaste con que llegarán las
hordas germánicas.
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