Quienes siguen estas páginas saben que estoy muy lejos de ser enemigo de Víctor Mesa. Defendí y defiendo su modo de analizar las falencias de la pelota cubana actual, y las mejores vías para subsanarlas, por eso sigo pensando que sus errores no deben hacernos olvidar la claridad de sus ideas en este sentido.
Ahora
bien, otra cosa es la manera de comportarse en un terreno. Lo sucedido el
martes en el Latino fue apenas una gota más en la enorme copa que lleva el
mentor de la escuadra nacional en su paso por el béisbol cubano. Una copa que
no comenzó a llenarse cuando le cayeron unas libras de más y pasó al puesto de
mando, sino desde sus tiempos de jugador, cuando protestaba de manera
descompuesta cualquier decisión que consideraba errónea.
Han
pasado los años, y la copa sigue acumulando gotas, pero cada vez más gruesas.
Cualquiera que lleve algún tiempo siguiendo nuestras Series Nacionales puede
atestiguar que en ocasiones anteriores, con otros peloteros y entrenadores, se
han impuesto castigos ejemplares por comportamientos semejantes, e incluso más
leves.
Por eso
creo que la disciplina se resquebraja, no cuando suceden estas cosas, porque en
definitiva todos somos humanos y podemos equivocarnos, “calentarnos” de más,
etc., sino cuando quienes tienen la OBLIGACIÓN de velar por el cumplimiento de los
reglamentos, se hagan la vista gorda y dejen pasar con total impunidad
actitudes de este rango, que abiertamente constituyen un desafío a la
autoridad.
El hecho
de ser un manager, y no cualquiera, sino el del equipo nacional, es una
agravante de peso, porque el ejemplo va más allá de su persona y se extiende a
los matanceros, y por extensión a todos los demás peloteros cubanos. Otra
agravante es que sucedió delante de las cámaras. En otros países todo sucede de
esta manera, pero aquí por desgracia no; entonces, cuando se juega con
presencia de la televisión el comportamiento debe ser modélico, para no influir
negativamente en los millones de ojos que están mirando.
Ahora la bola está en poder de la Comisión Nacional ,
estas actitudes no deben valorarse como una expulsión normal.
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