Por Lemay Padrón Oliveros
Pocos
lo esperaban, pero sucedió de nuevo. Volvimos a tropezar con la misma
piedra, como nos pasó en el Clásico anterior. Sólo que esta vez el rival
no era el temible Japón, sino la atrevida Holanda, que lo hizo casi
todo bien y volvió a doblegar a una escuadra cubana que estaba para
mucho más en este torneo. Estaba para más, realmente, por lo mostrado
sobre el terreno ante contrarios más exigentes, aunque muchos, incluido
este redactor, no pensaron en un principio en que llegarían a San
Francisco.
Coincido
con Víctor Mesa en que este no es el gran equipo como para que Cuba
pierda dos veces, mucho menos en una misma semana, aunque ya nos han
hecho sufrir bastante en los últimos años, y nos conocen de memoria.
Tomen en cuenta que la mayoría de las conexiones a la hora cero las
dieron los bateadores incluidos a última hora, los menos estudiados por
ellos.
Puede
interpretarse como irrespeto al rival, falta de deportividad, etc.,
pero nadie me puede convencer hoy de que Holanda es mejor equipo que
Cuba. Igor Vissotski derrotó dos veces a Teófilo Stevenson y no le
llagaba ni a la chancleta. Así es Holanda respecto a Cuba. Saquen los
juegos contra Cuba y verán que este equipo es mediocre ante el resto del
mundo (este de verdad, no el que juega los Mundiales), y me atrevo a
decir que lo seguirá siendo en el resto del Clásico.
Sencillamente,
no se puede jugar tan mal a la pelota y aspirar a la victoria. Quizás
contra un plantel inexperto como Brasil o China los errores no se pagan
tan caro, pero estos tulipanes son camajanes viejos y no se les puede
regalar nada. Una cosa es que no sean mejores que Cuba, y otra muy
distinta es atreverse a decir que no saben jugar pelota. Es más, desde
el punto de vista sicológico diría que están mil kilómetros por encima
de Cuba, y por ahí mismo se fue el desafío.
Errores
que van a las estadísticas y otros mentales en lances fáciles volvieron
a pasarnos factura, y eso solo puede entenderse bajo el tamiz de la
enorme presión con la cual juegan estos peloteros. Además de topar más
con este tipo de pelota, algo vital para no “chocar” con el monstruo
cada cuatro años, se impone entender que esto es un juego. Nadie va a
morir si no se gana, aunque duela, y mucho.
Sé
que muchos critican a este o aquel pelotero, pero recordemos que ellos
en primer lugar defienden nuestros colores por una decisión personal,
cuando pudieran ganar millones en otros países. Todos queremos ganar,
pero no se puede hacer de eso una espada de Damocles, no se puede echar
tanta presión sobre jóvenes de veinte y tantos años, sin que esto
signifique eludir la responsabilidad. Una cosa es sentirse responsable
por tu actuación individual y la del equipo, y otra sentir sobre ti todo
el tiempo la mirada del prójimo lista para saltarte a la yugular en el
mínimo desliz.
Lo
bueno de las derrotas es que enseñan, y como Víctor decía, nuestros
peloteros necesitan jugar a este nivel, ojalá más pronto que tarde los
juegos del Clásico sean interiorizados como uno más para los nuestros.
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