Por Lemay Padrón Oliveros
Parte de los integrantes de la boleta. |
La más reciente votación para aumentar el número de inquilinos en el
Salón de la Fama
de las Grandes Ligas de béisbol no arrojó el consenso suficiente como para
exaltar a nadie al recinto ubicado en la pequeña localidad estadounidense de
Cooperstown, Nueva York.
El hecho es mucho más llamativo porque se reunieron en la misma boleta
por primera vez en la historia el mejor bateador y el mejor lanzador de una
misma generación: el líder de todos los tiempos en cuadrangulares y el pitcher que
más veces ha ganado el premio Cy Young.
¿Qué hay detrás de esto? Pues nada más y nada menos que la sombra del
dopaje, no evidente e incontestable como un examen proveniente de un
laboratorio, pero sí velada y difícil de eludir.
Ni Barry Bonds y Roger Clemens, los más ilustres nombres incluidos en la
más reciente papeleta, fueron nunca sancionados por utilizar sustancias
prohibidas, y negaron incluso ante un jurado federal la posibilidad de recurrir
a métodos ilegales para conseguir sus asombrosas hazañas.
Sin embargo, sus explicaciones son poco convincentes, al menos para la mayoría
de los periodistas de la
Asociación de cronistas especializados en béisbol (BBWAA),
quienes les vetaron la entrada al Salón en su primera aparición en las boletas.
Para ingresar en el llamado “Templo de los Inmortales” el jugador
necesita el visto bueno de, al menos, el 75 por ciento de los miembros de la
organización, pero Bonds obtuvo el 36.2 y Clemens, el 37.6 de los votos.
Ambos, dos de los rostros más visibles de la pelota rentada
norteamericana en las dos últimas décadas, vivieron la época de las marcas de
mantequilla, esas que duraban lo mismo que un merengue en la puerta de un
colegio, derribables cual castillo de naipes.
Muchos dudan que la marca de 73 cuadrangulares impuesta en 2001 por
Bonds haya estado limpia, porque se le vinculó con los laboratorios BALCO, del
cual fueron clientes entre otros Marion Jones y su exesposo Tim Montgomery.
Por su parte, varios colegas han implicado directa o indirectamente a
Clemens, siete veces ganador del premio Cy Young, en el uso de jeringuillas, y
no precisamente para ponerse una penicilina.
La “compañía” en el listado de estos dos sospechosos pudo haber afectado
la entrada a Cooperstown de otro toletero del cual no existen dudas, Craig
Biggio, quien se quedó corto ahora con un 68.2 por ciento de
aprobación. No obstante, los especialistas consideran que lo hará en el futuro
cercano.
DOBLE RASERO
Si bien hay consenso generalizado en
censurar las prácticas dopantes, el rasero no es el mismo para todo el mundo, y
tiene mucho que ver la simpatía personal del pelotero, su raza y su
procedencia.
No fue hasta 2003 que el Comisionado de las Grandes Ligas, Bud Selig,
forzado por los constantes escándalos asociados al dopaje, comenzó a tomar
algunas medidas, pero el programa antidopaje de las Mayores todavía luce
ridículo si se compara con el de otros deportes.
Apenas en 2005 fue que se iniciaron las suspensiones, y si se echa un
vistazo al listado, predominan enormemente los jugadores de ascendencia latina
y tez oscura, quienes reciben también los castigos más severos, mientras que a
otros, como el niño bueno Ryan Braun, incluso
le “pasaron la mano”.
El cubanoamericano José Canseco, el hombre que destapó el escándalo de la Era de los Esteroides, es un
apestado. Fue honesto y el precio que pagó es verse ahora fuera de las boletas,
otra muestra de la hipocresía de la sociedad estadounidense.
No es que merezca un lugar en el nicho de los inmortales por sus
bambinazos alcanzados con la ayuda de las hormonas, sino que otros sinceros
como él, no son vilipendiados: léase Jason Giambi, Alex Rodríguez, y un largo
etcétera.
Otro “tramposo confeso”, el exrecordista en cuadrangulares Mark McGwire,
apenas alcanzó el 16.9 por ciento de los sufragios este año, en su séptimo
intento por acceder al Olimpo del béisbol rentado.
Sin embargo, su compañero de hazañas, el dominicano Sammy Sosa, obtuvo
menos (12.5). Sosa
supuestamente estaba en la primera lista de 104 dopados detectados por Grandes
Ligas, pero esto nunca fue confirmado, y él tampoco ha reconocido haberse
dopado. Entonces, ¿por qué recibe menos apoyo que McGwire?
El excuarto bate de los Cardenales de San Luis también disfruta del
perdón colectivo porque ocupa un puesto como entrenador de bateo en la nómina
del conjunto donde brilló, mientras que a Canseco y a Sosa no quieren verlos ni
en pintura en suelo estadounidense.
Evidentemente
no son medidos con la misma vara, y una sola cosa parece unirlos: para todos
ellos, las puertas de Cooperstown podrían mantenerse cerradas.
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