La
ubicación, décimo entre 12 trebejistas, era la mayor fuente de preocupación
para quienes lo idolatran en la
Villa del Mayabeque, pero vayamos por partes.
Yo
también pensaba y esperaba verlo en un lugar superior, más aún porque en el
encuentro contra el búlgaro Vesselin Topalov, a la postre ganador por el
sistema de desempate, lo vi con chances de ganar o al menos empatar, pero esto
no pasa de ser una subjetividad.
Lo cierto
es que se trataba del torneo más exigente enfrentado por el ídolo de Güines en
su vida, al que pudo haber asistido en su anterior versión por su acumulado
Elo, pero en fin, debuta al fin en esta edición.
Es una
lid por invitación a la cual concurren los mejores ajedrecistas del mundo con
muy pocas excepciones, porque constituye una de las vías para acceder al trono
mundial.
Por ende,
el nivel es altísimo, pues no es un torneíto para levantar el Elo o prepararse
para otro, todos salen a buscar un resultado y luchan por ello hasta el final,
como se vio en varias partidas definidas luego de más de dos horas de ardua
batalla.
En este
sentido, se impone una profunda preparación física y sicológica para
afrontarlo, porque a diferencia de las Olimpiadas, por ejemplo, el otro
certamen de elite donde Leinier se mide a varios de los mejores del planeta,
aquí no hay rondas para “relajar” o incluso descansar ante rivales de bajo
caché.
Fue una
primera experiencia y me parece que el güinero salió bastante bien, a medida
que le vaya tomando el pulso a esta nueva exigencia mejorarán sus resultados,
no debemos desesperarnos.
En los
próximos días el caribeño intervendrá con San Petersburgo en el certamen
interclubes de Europa, y allí si puede ensayar variantes y situaciones para
luego aplicarlas en su regreso al Grand Prix, previsto en la segunda parada, en
Tashkent, a finales de noviembre.
Allí las cosas pudieran salirle mejor.
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