Por
Lemay Padrón Oliveros
Si Truman Capote no hubiera escrito su genial novela en los años 50
del pasado ciclo, hoy tendría material de sobra para escribirla con lo
sucedido en Londres en la final de la pistola de tiro rápido a 25
metros.
Esta vez no se trató de asesinos que masacran a una familia indefensa
en un rincón perdido de la geografía norteamericana. Nada que ver.
Apenas un hombre con cara de niño que daba en la diana
imperturbablemente una y otra vez, acabando con las aspiraciones de
todos sus rivales.
Ya me lo había dicho uno de los miembros del colectivo técnico cubano
meses atrás: Usted lo ve ahí con su carita inocente, pero cuando los
mejores del mundo lo ven llegar, tiemblan.
Así le pasó al ruso Alexei Klimov, flamante recordista olímpico y
mundial, quien luego de un arranque impecable fue perdiendo la puntería y
se fue hasta sin medallas. Por el contrario, el cubano Leuris Pupo
arrancó un poco frío, pero luego dio en todos los blancos en los 15
disparos siguientes, para hacerse con la punta y no perderla más en el
resto de la final.
¡Atención!, decía el juez de la competencia, y Pupo levantaba su
brazo derecho, lo bajaba un instante, lo volvía a subir y pam, pam, pam,
pam, pam. Caían los blancos como si fuera el legendario Billy The Kid
ante cinco malhechores a la misma vez, en el lejano Oeste.
En la última ronda de disparos le bastaba con tres dianas para
asegurar el oro, pero dio en cuatro, como para decirle al indio Vijay
Kumar: ¡Ni lo intentes!
La decepción en la cara del asiático era evidente, y apenas acertó
dos veces, para dar a Cuba su primer oro en este deporte donde por
necesidad se reúnen los deportistas más inexpresivos del mundo. Por si
fuera poco, igualó el récord mundial y olímpico de la modalidad, una
hazaña que se recordará por siempre en esta isla caribeña.
Truman Capote tuvo que hacer malabares para arrancarle una confesión a
uno de los autores del deplorable hecho que conmocionó a Estados Unidos
hace ya más de medio siglo. Aquí por suerte no habrá que ir a la cárcel
para entrevistar al protagonista.
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