Por
Lemay Padrón Oliveros
Cuando se dice Gran Bretaña se piensa enseguida en la puntualidad, en la
organización, en el cuidado de cada detalle hasta la saciedad, y los
Juegos Olímpicos de Londres-2012 demostraron eso casi en todo momento…
hasta que llegó la final del martillo femenino.
La memoria se
pierde buscando atrás otra competición de alcance panamericano, mundial u
olímpico en que haya desaparecido literalmente un lanzamiento de una
competidora así como así.
Es comprensible el shock en la cabeza
de la alemana Betty Heidler al ver cómo su mejor envío era totalmente
ignorado por los jueces de la competencia, como si se tratara de una
competición de manigua.
Para colmo, el disparo era para medalla, y
tuvo que medirse de manera virtual, pues ya el implemento había sido
retirado y no había manera de saber con seguridad dónde había caído para
obtener el verdadero alcance del intento.
Si estuviéramos en una
competencia nacional, o hasta centroamericana, quizás fuera
comprensible esta pifia mayúscula, pero en unas Olimpiadas es totalmente
inaudito.
Quienes se encuentran en la capital del Reino Unido
han comentado de algunos desajustes con el transporte, la lejanía de
algunas instalaciones, problemas puntuales de conexión a Internet, en
fin, lo de siempre en cada evento multideportivo a cualquier nivel, pero
esto ya pasa de castaño a oscuro.
Imagino la vergüenza que deben
haber pasado los máximos dirigentes de la Federación Internacional de
Atletismo ante tamaña chapuza, que seguramente se recordará durante toda
la vida en el capítulo de los peores momentos del Olimpismo.
Sin
chovinismo ninguno: aquí podrán faltar comodidades hoteleras, taxis
para todos los VIPs, estadios de millones de dólares, refrigerios a toda
hora en las instalaciones, ancho de banda suficiente como para asumir
un evento de magna envergadura y hasta pantallas gigantes para seguir
las competiciones, pero el rigor profesional ha distinguido cada
competición internacional realizada en este archipiélago, sea de
quimbumbia o de submarinismo.
Seños Coe, ahí se le escapó la
tortuga, como diría el genial Maradona.
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