Por
Lemay Padrón Oliveros
Hace unos días la nadadora china Shiwen Ye tomó el batón como
nueva víctima, al destrozar literalmente el récord mundial...
Doparse es la vía más fácil de conseguir el éxito, pero también
la más arriesgada, porque imagino que quien lo haga estará todo el
tiempo con un nudo en la garganta, a la espera de ser cazado tarde o
temprano.
Pero tantos ídolos caídos, marcas asombrosas borradas por la utilización de trampas y dinero, mucho dinero, delante y detrás de cada caso, han hecho a muchos sospechar de todo aquello aparentemente sobrenatural.
Recientemente lo vivió el jamaicano Usain Bolt, pero ha tenido todo un ciclo olímpico para demostrar su limpieza, y así y todo todavía de vez en cuando alguien le suelta la “podrida” en una conferencia de prensa o entrevista.
Hace unos días la nadadora china Shiwen Ye tomó el batón como nueva víctima, al destrozar literalmente el récord mundial de los 400 metros estilo combinado, cerrando la prueba con un tiempo mejor incluso que el del ganador del oro de esta modalidad entre los hombres. Increíble sí, pero no por eso imposible.
De inmediato reporteros de la gran prensa (léase Estados Unidos y Europa) empezaron a lanzar sospechas sobre la chinita de 16 años.
No recuerdo que haya sucedido lo mismo con Marion Jones cuando era la dueña y señora del Deporte Rey, o varios de sus compatriotas atrapados luego en la enredada madeja del dopaje moderno. Por eso me parece mal intencionado el rumor dirigido a países del denominado Tercer Mundo, o con filosofías diferentes a las de las grandes potencias.
Aclaro, NO EXTIENDO MI MANO SOBRE UNA BRAZA ARDIENTE POR NADIE, pero mientras no se demuestre lo contrario, esa misma mano estará chocando con la otra para aplaudir cualquier desempeño notable de cualquier atleta, venga de donde venga.
Nadie le puede quitar la medalla de oro a Ye, pero una chica tan joven puede sentir la presión de tantas personas influyentes sobre su figura y perder el Norte, por eso me opongo a este tipo de conjeturas.
Para detectar tramposos están los laboratorios. Allí sí debe primar la máxima de que todos son sospechosos hasta que las pruebas demuestren lo contrario, pero en el mundo real, el de usted y yo, las cosas deben ser al revés.
Las instituciones encargadas de atrapar a los tramposos jamás se apresuran a censurar a nadie sin tener las pruebas en la mano. Por favor, hagamos todos lo mismo.
Pero tantos ídolos caídos, marcas asombrosas borradas por la utilización de trampas y dinero, mucho dinero, delante y detrás de cada caso, han hecho a muchos sospechar de todo aquello aparentemente sobrenatural.
Recientemente lo vivió el jamaicano Usain Bolt, pero ha tenido todo un ciclo olímpico para demostrar su limpieza, y así y todo todavía de vez en cuando alguien le suelta la “podrida” en una conferencia de prensa o entrevista.
Hace unos días la nadadora china Shiwen Ye tomó el batón como nueva víctima, al destrozar literalmente el récord mundial de los 400 metros estilo combinado, cerrando la prueba con un tiempo mejor incluso que el del ganador del oro de esta modalidad entre los hombres. Increíble sí, pero no por eso imposible.
De inmediato reporteros de la gran prensa (léase Estados Unidos y Europa) empezaron a lanzar sospechas sobre la chinita de 16 años.
No recuerdo que haya sucedido lo mismo con Marion Jones cuando era la dueña y señora del Deporte Rey, o varios de sus compatriotas atrapados luego en la enredada madeja del dopaje moderno. Por eso me parece mal intencionado el rumor dirigido a países del denominado Tercer Mundo, o con filosofías diferentes a las de las grandes potencias.
Aclaro, NO EXTIENDO MI MANO SOBRE UNA BRAZA ARDIENTE POR NADIE, pero mientras no se demuestre lo contrario, esa misma mano estará chocando con la otra para aplaudir cualquier desempeño notable de cualquier atleta, venga de donde venga.
Nadie le puede quitar la medalla de oro a Ye, pero una chica tan joven puede sentir la presión de tantas personas influyentes sobre su figura y perder el Norte, por eso me opongo a este tipo de conjeturas.
Para detectar tramposos están los laboratorios. Allí sí debe primar la máxima de que todos son sospechosos hasta que las pruebas demuestren lo contrario, pero en el mundo real, el de usted y yo, las cosas deben ser al revés.
Las instituciones encargadas de atrapar a los tramposos jamás se apresuran a censurar a nadie sin tener las pruebas en la mano. Por favor, hagamos todos lo mismo.
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