Por Lemay Padrón Oliveros
Dicen que los palos enseñan, y esa sentencia me viene a la mente cuando analizo lo sucedido en las últimas semanas con el equipo masculino de baloncesto de Cuba, que ha perdido todos sus encuentros amistosos en una gira por Suramérica.
Contrario a lo que pudiera suceder con otros deportes, en este caso las derrotas ni me alarman ni me amargan, porque se trata de una disciplina en la cual no somos considerados oponentes de cuidado ni siquiera en el ámbito centroamericano.
En la década de los 70 del pasado siglo tuvimos una generación dorada que nos llevó a codearnos con lo mejor del mundo amateur en Juegos Olímpicos y Campeonatos Mundiales, y por supuesto, a brillar en el Continente, pero desde entonces jamás hemos podido siquiera clasificarnos a una cita estival.
El baloncesto masculino tuvo un tímido renacer en los años 90, pero luego del ligero levantón en el área centroamericana llegó el fantasma de las deserciones y volvimos a caer en un pozo aparentemente sin fondo.
Hace dos años volvimos a perder de un golpe a varias figuras del seleccionado nacional, y por eso estamos como estamos. No quiero decir que con ellos perteneciéramos a la elite regional, pero sus ausencias se hacen sentir.
Con lo que tenemos estamos tratando de levantar el nivel, y la primera (y acertada) medida fue buscar a un entrenador foráneo, en este caso el argentino Ariel Amarilla, a quien solamente por haber concertado estos topes de preparación ya habría que felicitar, porque quizás el mayor escollo para desarrollar el básquet en Cuba ha sido en los últimos tiempos la falta de topes.
Como no he visto jugar al equipo nada puedo hablar del planteo táctico de Amarilla, quien seguramente todavía está conociendo a nuestros jugadores, pero jugar contra Manu Ginóbili y compañía algo aportará.
Por supuesto, no estoy pensando en una clasificación en el preolímpico de fines de mes ni mucho menos, tampoco en una medalla en los Panamericanos de Guadalajara, pero este fogueo nos puede hacer subir algunos puestos.
Si nos sirven para aprender, pues bienvenidas sean estas derrotas, porque con sangre la letra entra, como decían los antiguos maestros, aunque ahora la pedagogía moderna reniegue de ese método.
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