El español Rafael Nadal fue durante varios años un segundón, condenado a sufrir los embates del suizo Roger Federer como el mejor tenista del mundo, pero desde 2008 cambió su suerte y se adueñó del primer puesto. Mientras estos dos monstruos dominaban el escenario mundial del deporte blanco en estos inicios del siglo XXI, un tercer jugador parecía un mero espectador: el serbio Novak Djokovic.
Sin embargo, llegó el 2011 y con él Nole mostró su mejor cara, esa que lo mantiene invicto a estas alturas de la temporada, ya con 39 victorias sin la sombra de un revés, incluidas varias sobre Nadal y Federer, a solo tres del mejor arranque de la era Abierta, logrado por el célebre estadounidense John McEnroe en el ya lejano 1984.
Con el ibérico, todavía líder del escalafón mundial, se ha ensañado particularmente, al doblegarlo cuatro veces sucesivas desde enero hasta ahora, algo que en toda la carrera del mallorquín sólo pudo hacerle el ruso Nikolay Davidenko; ni siquiera Federer.
Además, Djokovic se ha dado el lujo de humillar a Nadal en su superficie favorita, la de polvo de ladrillo, donde le ha infringido derrotas en los Masters 1000 de Madrid y Roma, y por eso se encuentra muy cerca de igualar el récord histórico de más victorias consecutivas, en manos del argentino Guillermo Vilas, con las 46 eslabonadas en 1977.
Al parecer el de Serbia ha dejado definitivamente atrás sus descontroles nerviosos de antaño, que le impedían consolidar resultados importantes en las campañas más recientes.
No creo que el mejor tenista en la historia de España esté acabado ni mucho menos, pero deberá ponerse las pilas pronto para no volver a verse como un segundón.
La pista está caliente para el venidero Roland Garros, el segundo Grand Slam del año, previsto a partir del próximo domingo, donde Nadal pudiera perder el único orgullo que le queda, el de ser prácticamente imbatible en la capital francesa, pues el primer lugar del ranking ya será de Djokovic; el nuevo monstruo del tenis mundial.
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