Por Lemay Padrón Oliveros
Además del cambio en la dirección del colectivo técnico masculino de mayores, el voleibol cubano intenta aplicar otros conceptos para volver a la elite mundial, y pueden rendir frutos a mediano plazo.
El área técnica es una de las más flojas del voleibol cubano, no porque quienes están al máximo nivel no tengan todos los conocimientos, sino sobre todo porque en la base no existe la misma sapiencia, ni las oportunidades para superarse.
Conjuntamente, el hecho de tomar como política el no violentar etapas en el desarrollo de los voleibolistas es otro paso de avance. Esto hace falta cumplirlo, porque al mismo tiempo que lo escuchamos, vemos en el seleccionado femenino a una Melissa Vargas con solamente 13 años de edad. Se trata de un supertalento, pero podemos caer en el mismo error del sector varonil si no la dejamos transitar por sus categorías naturales.
Ahora bien, la principal batalla de la Federación cubana parece no estar tan ligada a los tabloncillos como a la mente de los jugadores, que son tentados por interesantes y lucrativos contratos en clubes europeos, y por diferentes vías abandonan la selección nacional cuando se sienten listos para jugar al máximo nivel.
Años atrás se probó la idea de colocar algunos voleibolistas en equipos de Italia y no fructificó, pero quizás se puede retomar la iniciativa ahora en esos mismos planteles o en otros de Rusia o Brasil, donde se juega un voleibol de gran altura, pero poniendo bien claro en blanco y negro los intereses de Cuba: cantidad máxima de partidos que pueden soportar sus efectivos, posiciones en las cuales les interesa desarrollarlos y disponibilidad absoluta para cumplir compromisos internacionales, por ejemplo.
Seguramente muchos clubes no estarán de acuerdo con tantos puntos, pero alguno los aceptará, y de esta manera podría salir ganando todo el mundo.
Esta batalla Cuba jamás la ganará dándole la espalda a la realidad del mundo mercantilizado del deporte ni intentando equiparar sus apuestas, solamente con la inteligencia, la franqueza absoluta hacia los atletas y la mente abierta (sin ceder en cuestiones de principios), podremos sobrevivir en esta jungla en la que se ha convertido el deporte de alto rendimiento.
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