Por
Lemay Padrón Oliveros
Las aventuras del más famoso de los canguros australianos no se
producen desde hace décadas, pero en Cuba el pesista Sergio Álvarez
heredó el apodo desde que llegó al concentrado nacional, siendo apenas
un juvenil.
Los Juegos de Londres-2012 se presentaban en su agenda como su última
oportunidad para llevar a sus vitrinas la única medalla que le faltaba,
la olímpica, y desgraciadamente no pudo cumplir su sueño pese a las
miles de horas dedicadas al entrenamiento.
Luego de una buena participación en el arranque, Skippy no pudo
lograr ningún intento válido sobre 150 kilogramos en el envión, y en
definitiva a los libros de récords va como descalificado. De todas
maneras no hubiera podido encaramarse en el podio, aunque levantara esa
cifra en cualquiera de sus tres oportunidades, porque otros competidores
pusieron el listón bien en alto.
Triste final para un atleta todo coraje, y por eso sería injusto
dejarlo partir así como así, porque se trata de alguien que alcanzó
varios títulos panamericanos y medallas en campeonatos mundiales, y fue
de los que se crecían en el momento de las competiciones.
Me viene a la memoria ahora con dolor la injusticia que se cometió
con él en el año 2004, cuando mentes estrechas le vetaron su
participación en los Juegos de Atenas, precisamente en su mejor momento,
pues los mundiales de 2001 y 2003 habían mostrado su estabilidad en la
elite de su categoría.
De ahí en adelante nunca fue el mismo a nivel planetario, aunque sumó
los títulos continentales de Río de Janeiro-2007 y Guadalajara-2011. El
tiempo perdido por esa funesta decisión ajena le pasó factura y jamás
lo pudo recuperar, porque cada deportista tiene su momento pico, y el de
Sergio Álvarez debió ser en Atenas-2004, no después.
Dicen que la última imagen es la que queda, pero es así solamente si
quienes debemos resumir la labor de alguien lo permitimos. En este caso
no quiero que suceda, y aunque la última temporada no fue la mejor,
espero que sigamos recordando al Skippy de las pesas con el mismo cariño
y añoranza que recordamos al canguro de nuestra infancia.
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