Por
Lemay Padrón Oliveros
No pretendo lanzar campanas al vuelo. En definitiva, la Semana
beisbolera de Haarlem es y seguirá siendo un torneo menor, pero ganarla
sí es muy importante para el equipo cubano, demasiado acostumbrado a los
sinsabores en los últimos años.
Incluso si hubieran perdido esa final, merecerían el reconocimiento
por la forma en la cual jugaron, siempre agresivos, viniendo de abajo en
casi todos los encuentros, y poniendo en función todas las herramientas
del juego, sello indiscutible de la casa Víctor Mesa.
Otros planteles caribeños lo hacían, pero en el roletazo a tercera de
José Dariel Abreu y el corrido de Yuliesky Gourriel desde segunda, se
vio que cada cual estaba dispuesto a ensuciar el uniforme y hacer
cualquier sacrificio en pos del bien colectivo, sin egocentrismos.
En el manejo del pitcheo tampoco hubo titubeos, y al menor parpadeo
los lanzadores eran sustituidos, como debe ser en el béisbol desde Aruba
hasta Kuala Lumpur.
La ofensiva finalmente mejoró ostensiblemente luego de las
preocupantes jornadas iniciales, y el área de serpentineros se mantuvo
estable todo el tiempo, a menos de tres carreras por desafío, como
promedio.
Pero lo más importante, a mi juicio, es el cambio de mentalidad.
Reitero, se trata de un torneo de poca monta, pero para nosotros era
vital conquistar un título, más aún cuando se estrena un nuevo grupo de
dirección, que pretende mantenerse hasta el III Clásico Mundial.
Volviendo a Víctor, no perdió la tabla pese a los malos resultados de
los días iniciales, otra de las preocupaciones de muchos cuando se le
nombró al frente del puesto de mando, por las historias sobre sus
métodos, algunas exageradas, pero con indiscutible base real.
En estas mismas páginas escribí del peligro de convertir a la columna
vertebral del actual plantel en una generación perdedora. Ojalá Haarlem
marque el punto final de la tendencia derrotista y justificadora y el
retorno de los tiempos de leyenda y victorias para el béisbol cubano.
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