Salvo aquel histórico plantel de finales de los 80 con Frank Thomas, Jim Abbot, Chris Carpenter, Tino Martínez y Robin Ventura, entre otros, el resto de los colectivos bisoños que vio Cuba en certámenes internacionales de esos años quedó por debajo de las expectativas.
Claro, el listón estaba demasiado alto, pero así y todo siempre me pareció que con tantas universidades, debía, tenía que existir mucho más talento, y eso lo acabamos de apreciar en la joven escuadra norteña que nos visitó en los últimos días.
En aquellos años 90 los principales prospectos de Estados Unidos eran fichados tempranamente, y por eso nunca enfrentamos a los Jeff Bagwell, Mike Piazza, Derek Jeter, Alex Rodríguez, etc. Ojo, nunca fueron fáciles de derrotar, pero no tenían la calidad de sus antecesores, y lo demuestra el hecho de que no ganaron ningún título en todos esos años, e incluso muchas veces ni siquiera llegaron a las finales.
Afortunadamente mis resquemores fueron destrozados con una selección muy bien conformada, donde si no están todos los que son, al menos son todos los que están.
Para Cuba era imperativo topar con peloteros de este nivel o superior, pues el viaje a Nicaragua dejó pocas cosas positivas, más allá de «dar un aire» a los jugadores más destacados de la pasada Serie.
En la grama del estadio Latinoamericano se vio a una novena con mucho oficio, muy versátil y con la mecánica bien aprendida, mejor que la de varios de los equipos concursantes en la pelota cubana, aunque duela decirlo. Por eso cinco juegos contra ellos son más provechosos que 10 contra Nicaragua, los Pericos de Puebla u otro combinado de calidad mediocre. La potencia de estos estadounidenses seguramente se apreciará en Haarlem, y si tenemos suerte en los años venideros, en las pantallas cubanas gracias al rescate de esta iniciativa.
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