Por Lemay Padrón Oliveros
Por lo general el término de vergüenza deportiva se aplica a los momentos de fracaso, cuando un atleta siente profundamente haber quedado por debajo de las expectativas de quienes confiaron en él y de las suyas propias, pero también se observa a veces en las victorias.
Luego de algunos años ya siguiendo eventos deportivos, primero como aficionado y luego como periodista, muchas veces he podido apreciar muestras de lo mucho que duele a un atleta no poder cumplir con sus objetivos.
Sin embargo, en los pasados Juegos Panamericanos de Guadalajara-2011 fui testigo de una de las muestras más claras del compromiso de un atleta con su pueblo.
Se trata del judoca cubano Asley González, quien perdió por ippón la final de su división ante el brasileño Tiago Camilo, a quien había superado por la misma vía meses atrás.
Muchas eran las esperanzas depositadas en Asley, pero en honor a la verdad el suramericano es un extraclase del marcial deporte, y lo demostró una vez más al sorprenderlo apenas iniciado el duelo por el trono.
Concluido el combate, el caribeño estaba inconsolable y no quiso hablar con la prensa, ni siquiera la de su país. Hasta ahí todo más o menos dentro de lo normal, aunque generalmente los hombres muestran menos su frustración.
Lo raro es que el desconsuelo no quedó allí. Más de media hora más tarde, y a riesgo de perder el transporte de conexión hacia otra instalación, tres periodistas nos colamos literalmente en el área de calentamiento, donde no estaba permitida nuestra presencia, para intentar sacarle unas palabras.
Ya se había bañado, se había lavado la cara y todo parecía ir bien. Incluso accedió a la entrevista, pero se le hizo un nudo en la garganta cuando intentó pronunciar la primera sílaba y rompió a llorar una vez más.
En ese momento no se lo pude decir porque el personal de seguridad nos fue a sacar de esa área, pero desde entonces lo admiro más, y aunque Asley González no gane nunca más una medalla panamericana, olímpica o mundial, para mí será el campeón indiscutido de la vergüenza deportiva.
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