Por
Lemay Padrón Oliveros
Estaban los tres árbitros de rigor, más uno detrás de cada arco, pero ninguno vio a la pelota traspasar la línea de gol tras el disparo de Marko Devic, y antes que el defensor John Terry la sacara de las redes.
El otro escándalo similar más reciente ocurrió casi exactamente un año atrás, y tuvo también como protagonista a la selección inglesa, pero esta vez al revés, cuando un tiro de Frank Lampard pasó la raya y pudo ser el empate 2-2 ante Alemania, que a la postre se impuso 4-1.
Desde hace rato el tema está sobre el tapete, pero mentes cerradas como las del titular de la Asociación Europea de la disciplina (UEFA), el francés Michel Platini, bloquean las iniciativas.
Escudados en el romántico criterio de que el fútbol lo juegan hombres y todo debe quedar entre ellos, el campeón europeo de 1984 se resiste a dar entrada a la computación, aunque una y mil veces ha quedado demostrado que jugadas de ese tipo son muy difícil de definir para cualquier ser humano.
Ese es el fútbol, parece decir Platini mientras da la espalda a los reclamos de la gran mayoría de las Federaciones nacionales.
Pero, ¿acaso la naturaleza del más universal de los deportes es la injusticia? ¿Cuánto duele a un atleta, y el propio Platini lo fue, y de los mejores, sentirse robado? ¿Es más importante mantener a ultranza los métodos del siglo pasado que reconocer al verdadero ganador de un desafío? ¿Acaso las lesiones, muchas veces fingidas, de los jugadores no roban más tiempo del necesario para acercarse a una computadora y comprobar si la pelota entró o no?
Un gol no es poca cosa, incluso una falta es capaz de decidir un partido, y con él un título (recuerden la expulsión de Zinedine Zidane en la final del Mundial de Alemania-2006). Entonces, ¿por qué aferrarse a algo a sabiendas de que se será injusto?
Espero que no sea necesario esperar a que suceda algo trágico cuando un futbolista se sienta robado para poner las cosas en su sitio.
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