Por Lemay
Padrón Oliveros
Este fin
de semana arrancó el Campeonato Mundial de voleibol para hombres, y aunque
parezca cosa de sueño los actuales subcampeones no llevan grandes expectativas.
Lógico si
se toma en cuenta que del equipo Cuba plateado hace cuatro años en Italia
apenas sobreviven el líbero Keibel Gutiérrez y el opuesto Rolando Cepeda; el
resto posee muy poca experiencia internacional, y por eso las metas no pueden ser
demasiado exigentes.
La
primera fase, de la cual avanzan cuatro planteles, es lo más accesible, porque
los cubanos deben acompañar a brasileños, finlandeses y alemanes, en detrimento de Corea del Sur y Túnez, los más débiles de la llave.
La
segunda ronda es más fuerte, porque se sumarán los mejores de otro apartado.
Aquí se necesita una ubicación entre los tres primeros, lo cual debe ser
sinónimo de igual cantidad de victorias, bien difíciles de conseguir con
semejantes oponentes.
El nivel
actual de la sexteta caribeña no está para superar a las que se esperan en esa
ronda, pero se le puede dar batalla a alguna, y de ahí sacar algún provecho.
Aclaro, no sería un fracaso quedarnos en este tramo, pero se puede aspirar a
sobrevivir hasta la siguiente, de la cual ya es mejor ni hablar, porque sí debe
ser una exigencia demasiado alta para los pupilos de Rodolfo Sánchez.
La
experiencia de Keibel y Cepeda, junto al central Isbel Mesa, resultará crucial
para ver hasta dónde pueden llegar nuestros talentosos voleibolistas, todavía
en plena formación la gran mayoría de ellos.
Como el
Ave Fénix, el voleibol masculino cubano renace de sus cenizas de vez en vez,
pero tampoco estamos hablando de tan corto tiempo. Para el histórico subtítulo
de 2010 debió ocurrir la no clasificación a los Juegos Olímpicos de
Beijing-2008, y varios lugares modestos en Ligas Mundiales.
A esta
nueva camada le falta eso, porque a diferencia de la anterior, ahora no verá en
las Ligas a los mejores del mundo hasta que no ascienda al máximo nivel, y eso
se logrará solamente caminando paso a paso.
La cita
de Polonia-2014 no nos debe colmar de alegrías, pero sí reavivar la esperanza.
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