Por Lemay Padrón Oliveros
La eterna batalla entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, tiene en el deporte el lado más visible en el flagelo del dopaje.
Impulsado por la excesiva comercialización en la actividad atlética, el ansia de ganar natural de cada ser humano se exacerba al extremo, y no son pocos los que caen bajo la tentación de la vía más fácil y acuden a sustancias prohibidas para mejorar sus rendimientos y llenarse los bolsillos de dinero.
Desde sus primeras manifestaciones en la década de los años 70 del pasado siglo, y pasando por los grandes escándalos como los de Ben Johnson, las Grandes Ligas, Marion Jones, Lance Armstrong o más recientemente varios velocistas de primer nivel, el duelo está planteado entre quienes intentan frenar la trampa, y quienes quieren escaparse a toda costa.
Sí, porque a la misma vez que la Agencia Mundial Antidopaje, el Comité Olímpico Internacional, y las Federaciones deportivas destinan millonarias cifras a detectar a los fraudulentos y confeccionar los aparatos más modernos para descubrir cualquier sustancia ilegal, cifras similares se destinan para la creación de nuevas formas de violar los principios éticos del deporte.
El dinero y el éxito no lo son todo en la vida, pero eso debe enseñársele a cada persona desde los primeros años de vida, y como mismo se censura a quien roba o mata, se debe reprobar con dureza a quienes se apoyen en métodos ilegales para conseguir sus objetivos.
Afortunadamente, el deporte cubano ha pasado pocas veces por estos tragos amargos, y han sido casos aislados los detectados en escenarios internacionales, sobre todo después de la construcción en La Habana del laboratorio antidopaje, una muestra de que no todo es castigar, también se impone vigilar, al más puro estilo de Foucault, para evitar escándalos que dañen la imagen de todo un país.
Tramposos siempre habrá, pero por cada tramposo debe haber 10 atletas que muestren con orgullo el haber ganado en buena lid aunque sea un cuarto lugar, porque además de aprender a ganar, desde edades tempranas se fomenta el saber perder, o reconocer la derrota sin complejos, ya sea por errores propios o superioridad de los contrarios.
Solamente así se puede ganar de una vez esta batalla contra el dopaje, haciéndolo desde la arrancada y en la mente de cada competidor, para que no se vea nunca en la necesidad de acudir a métodos ilícitos en pos de una efímera gloria que le puede ser arrebatada incluso más de una década después de retirarse.
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