Por Lemay Padrón Oliveros
Ya era la
máxima figura del atletismo en la última década, pero con lo sumado en el
Mundial de Moscú-2013, el jamaicano Usain Bolt sencillamente entró en la
categoría de leyendas, por si no estaba ya luego de su actuación en los Juegos
Olímpicos de Londres-2012.
Pero en
la capital británica fue eclipsado en parte por el nadador estadounidense
Michael Phelps, quien se convirtió en el máximo ganador de títulos en la
historia de las justas cuatrienales.
Ahora
todos los reflectores estaban sobre él, y una vez más no falló y además de
recuperar el trono de los 100
metros planos, volvió a imponerse en 200 y el relevo,
para, con esa zancada terrible, elevar a ocho el total de oros mundiales, junto
a dos platas, y aventajar cualitativamente a una leyenda como Carl Lewis y su
colega Allyson Felix (8-1-1).
Hasta se
dio el lujo de parar una misa en su país natal, porque los parroquianos querían
ver la final del hectómetro. “Dios, lo siento”, escribió luego en su cuenta de
twitter al enterarse del suceso. Por cierto, ese día dio la vuelta al mundo una
instantánea en la que se le veía cruzar la meta con un rayo sobre su
cabeza…hasta la naturaleza es su cómplice.
Rivales
van, rivales vienen, pero el Rayo caribeño solamente pierde con uno: él mismo,
aunque no esta vez. A sus 27 años, parece que a Bolt todavía le queda bastante
gasolina para seguir subiendo el listón, tomando en cuenta que varios de los
mejores velocistas de este Mundial superan ya los 30 años y siguen en forma.
Para él
será sobre todo un reto psicológico, porque hasta los grandes se cansan de
ganar, y si lo hacen tan inobjetablemente como él corren el riesgo de descuidar
los entrenamientos por falta de motivación.
Los
simples mortales que cohabitamos con él en este planeta no podemos desear menos
que dure más y gane más, al menos a mí no me aburre verlo festejar carrera tras
carrera, siempre como si fuese la primera.
Con tantos
escándalos por dopaje en todos los confines, es muy reconfortante ver a alguien
que sencillamente es un superdotado y no necesita de sustancias prohibidas para
llegar al cielo, mucho menos de una escalera grande; con sus propias piernas se
acerca cada vez más.
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